domingo, 23 de agosto de 2009

Crónica de un instante

Esa noche forzó nuevamente el azar. Tomó otro camino de regreso. No se encontraba en general con quienes no lo miraban. Eso no le causaba placer. Era más de condescender a los guiños, y de responder con gestos automáticos. Tal como quien finge sorpresa ante un regalo absurdo, era víctima y victimario de sus señales fallidas, de un destino inapropiado. Inapropiado en el sentido de impropio, del que claramente otro era dueño. Un actor de reparto o algún anti-héroe iluminado por ejemplo, pero nunca el suyo.
Mientras caminaba, se anticipaba a la distancia a ese que cruzaría. A quien carga con toda la potencia para detener su paso, o a ese de quien solo sería un instante: al extraño. Es la misma ansiedad repetida que no le permite medir la velocidad de la silueta, aunque sabe que se aproxima. De a poco, lo ve materializarse, contrastarse con las sombras.
Estaba cerca.
Había que aplicar algún recurso de la experiencia. Son segundos los que se ofrecen como suficientes para condensar gracia, fuego y presencia. Es una sola la chance que tiene el perfume de ser esencialmente irresistible.
Ya estaba al frente.
Su respiración definía sus límites de hombre. Incorruptibles rasgos que oficiaban de punto de fuga a todo el cuadro. No había mucho más que contemplar. Era momento de poner en marcha el ritual de búsqueda tantas veces ensayado. Resultaba increíble pensar que tanta energía podía verse consumada en un instante. En cambio, conocía las exigencias del magnetismo animal. Esa misma fuerza que acerca los océanos al cielo, podía ser igual de misericordiosa con sus intenciones.
Dos, uno, cero… menos uno.
La arquitectura sólida del vacío infructuoso. La rabia que se profana y vuelve temerosa al sepulcro. Surge el sentimiento caprichoso de una nueva transformación.

1 comentario:

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

No se me ocurren demasiados comentarios pero me pareció bárbaro el texto.
La forma en que un simple encuentro puede activar todo un proceso psicológico de preparación pre-experimental.
No se trata de un encuentro cualquiera. La necesidad de aplicar recursos, de contemplar al otro hasta cerciorarse de su naturaleza, los escasos segundos para poner en práctica el ritual.
El simple "magnetismo animal" sucumbe ante una racionalidad imperante. Y entonces, entre condicionamientos "inapropiados" o más bien "impropios", externos, y a la vez autoimpuestos, el encuentro se pierde, el punto cero pasa de largo.
Y claro, el número negativo da lugar a un párrafo que expresa la derrota, el rechazo, y estos la necesidad de una nueva transformación, de un nuevo ensayo quizás.

Pablo