- Está bien. Supongamos por un momento que es como vos decís. La vida no tiene sentido, no te lleva a ningún lado, etc., etc., etcétera. Entonces dentro…no. Pero pará, ¿a qué te referís con que la vida no tiene sentido?
- Y a eso. ¿O vos acaso le encontrás sentido a todo esto? La monotonía del día a día, las trabas constantes en todos los ámbitos, que se yo. ¿O vos no te das cuenta acaso que la mayor parte del tiempo son puras dificultades y decepciones y la felicidad es lo más efímero de todo?
- Está bien, todo muy lindo. Todo eso ya me lo explicaste hasta el hartazgo. Pero yo te pregunté por el sentido. Estarás de acuerdo conmigo que si hablamos de sentido hablamos de dirección. ¿O no? Entonces, o hay un problema terminológico o vos no podés ver la obviedad del “sentido” de la vida. La vida tiene una sola dirección y es hacia delante, hacia un “fin” digamos, para no ponernos dramáticos con sustantivos aun más terminantes. La vida tiene una dirección, entonces tiene un sentido, ergo problema resuelto…pasemos a lo que sigue.
- No empecemos con boludeces. Claro que es obvia la dirección de la vida, pasa que te empecinás con la terminología. Estabas por explicar algo y te fuiste por ramas semánticas que no tienen nada que ver con la discusión.
- En primer lugar diría que más bien pragmáticas antes que semánticas. La vida la construís con palabras. ¿O me equivoco?
- …..
- Entonces todo es terminología, todo concepto, todo lenguaje. Luego todo lenguaje tiene sentido dentro de la vida. Y lo tiene porque la direcciona o la dirige, como vos prefieras. La cuestión es que no podemos discutir el sentido de la vida sin saber que entendemos por vida y por sentido y mucho menos que saben todos por vida y por sentido y hasta por concepto. La del concepto te la debo, ¿pero que entendés vos por vida?
- Que se yo, las vivencias humanas dentro de un periodo de tiempo determinado. Las experiencias entrelazadas en un momento determinado y a su vez respondiendo a un continuo orden cronológico.
- Básicamente la vida responde a un periodo de tiempo según vos. ¿Pero habría tiempo sin lenguaje? Es un concepto humano. ¿Te das cuenta a que me refería?
- Está bien, pero el hombre vive y muere biológicamente hablando más allá de que hallamos adoptado una determinada forma de medir el tiempo.
- Por fin llegamos al clímax! Surge un nuevo concepto y entonces una nueva pregunta…qué entendés vos por muerte?
- El término de la vida
- Puta, todo te parece tan simple??!! ¿No es también un miedo?
- Si
- ¿No es acaso un tema recurrente de la prensa, los estudios académicos de toda índole? ¿Un tema onírico inclusive?
- Realmente si
- ¿Entonces no es acaso algo más que el fin de un simple ciclo cronológico, biologico o como lo quieras llamar?
- ¿A donde se supone que vamos con todo esto?
- ¡¡Dios!! A que la muerte, además de ser un concepto claro está, es una realidad social. Bueno, si es que social y realidad pueden conjugarse positivamente.
- ¡¡¿Ahora me decís que no hay nada natural en la muerte??!!!
- No, claro que hay algo natural. Pero nosotros estamos debatiendo el sentido de la vida, o eso creo, y para llevar a cabo tal tarea tenemos que entender que el mismo se mide únicamente a partir de la muerte. Y obviamente a partir del concepto social de la misma y no del biológico. Creo que a esta altura de más está decir que todo concepto es social y ningún debate de esta naturaleza puede ser entendido ni a-histórica ni a-socialmente.
- Repito, ¿llegamos a algo con todo esto?
- Claro que si. El hecho es que lo que nosotros estamos caratulando de “vida” es un término relativo más. Y es así en tanto sólo puede ser significado a partir de la muerte. La vida tiene dirección hacia ella y a su vez adquiere sentido a partir de la misma. Si, lo desambigué, si es que existe la palabra. Y la mejor parte de todo esto es que desde hace demasiado tiempo atrás también generamos un concepto de la vida, la clasificamos y la moralizamos. Entonces hoy somos lo que se supone que debemos ser en un orden cronológico determinado. Hoy fraccionamos la vida de acuerdo a la muerte. Hoy adoptamos un guión, un estereotipo… una vida “socialmente aceptada” dirigida, direccionada, semantizada, a partir de un fin biológica y socialmente determinado. Hoy tenemos conciencia de ese fin y ese es seguramente nuestro peor error como humanos.
- ¿Y entonces?
- Y entonces estamos dentro…
viernes, 18 de septiembre de 2009
sábado, 5 de septiembre de 2009
El alfarero
El horno de barro, ligeramente encendido, alzaba su sombra sobre la mesa de madera. Allí, entre moldes maltrechos por el uso agobiante, reposaban las figuras inacabadas, imperfectas aún. El taller mantenía, como cada mañana, un tono solemne.
La puerta cedió ante sus manos. Caminó. Exploró nuevamente la negrura apenas iluminada por el fulgor de las llamas, y observó con ternura paternal las pequeñas esculturas. Sabía que no disponía de tiempo suficiente, la materia se revelaba constantemente frente a sus manos. Aún así, estaba seguro de su inminente éxito.
Se acercó hacia la barra de herramientas inspeccionando una a la vez. Vaciló. Tomó una al fin. Frunció levemente el ceño y la dejó en su lugar. Se tornó a examinar las figuras y eligió una segunda con gran convicción. La mañana continuaba inundando la sala mientras el calor del horno aumentaba. El viento estaba ausente y sin embargo por su frente aún no corría una sola gota de sudor. La ansiedad había desaparecido hacía días.
Tras acercar la silla tomó suavemente la primera estatuilla. La observó detenidamente con una mueca grotesca en su rostro normalmente impasible y, mientras murmuraba las mismas palabras, se dio a la ardua tarea. Moldeaba incansablemente, cada vez con mayor decisión. Las herramientas bailaban entre sus dedos, ahora un brazo, ahora el otro, en cuestión de minutos la faena estaba a punto de ser terminada. Sus dedos ágiles y certeros agudizaban un tanto el pómulo, afinaban las cejas y disminuían el tamaño de los ojos. Sabía que las cabezas serían el trabajo más arduo y aún así el más gratificante y necesario. No había moldes para ellas, dependían exclusivamente de su genio creador.
Miraba por la ventana conjeturando detenidamente con su vista al cielo. Las figuras a su lado comenzaban a secarse con la leve brisa de la intemperie. Puestas en fila, todas de rodillas, alzaban sus brazos al cielo. Aferró la tabla con la tenaza y se dirigió al horno. El calor quizás fue lo que lo hizo percatarse del error. Se detuvo, suspiró aliviado y abandonó la tabla nuevamente en la mesa. Acarició la herramienta con melancolía antes de volverla a tomar. El encargo llegaba a su fin y la nostalgia ya se había apoderado de él.
Con sumo cuidado rellenó la abertura de sus bocas con la arcilla restante y se dio a la minuciosa tarea de cubrir los ojos sin dejar resquicio alguno. Aprovechó para disminuir aún más las orejas, dejando obviamente una leve abertura. Las introdujo al fin en el horno donde permanecerían un largo tiempo. Con pasos lentos caminó hacia la parte de atrás, tomó la cuerda expectante y la sacudió enérgico. El tronar de las campanadas nunca cesó.
Aún hoy se pueden ver, de rodillas sobre el estante, junto a la sotana manchada de arcilla y las herramientas cubiertas de polvo. Perfectamente moldeadas, han comenzado a mostrar profundas grietas.
La puerta cedió ante sus manos. Caminó. Exploró nuevamente la negrura apenas iluminada por el fulgor de las llamas, y observó con ternura paternal las pequeñas esculturas. Sabía que no disponía de tiempo suficiente, la materia se revelaba constantemente frente a sus manos. Aún así, estaba seguro de su inminente éxito.
Se acercó hacia la barra de herramientas inspeccionando una a la vez. Vaciló. Tomó una al fin. Frunció levemente el ceño y la dejó en su lugar. Se tornó a examinar las figuras y eligió una segunda con gran convicción. La mañana continuaba inundando la sala mientras el calor del horno aumentaba. El viento estaba ausente y sin embargo por su frente aún no corría una sola gota de sudor. La ansiedad había desaparecido hacía días.
Tras acercar la silla tomó suavemente la primera estatuilla. La observó detenidamente con una mueca grotesca en su rostro normalmente impasible y, mientras murmuraba las mismas palabras, se dio a la ardua tarea. Moldeaba incansablemente, cada vez con mayor decisión. Las herramientas bailaban entre sus dedos, ahora un brazo, ahora el otro, en cuestión de minutos la faena estaba a punto de ser terminada. Sus dedos ágiles y certeros agudizaban un tanto el pómulo, afinaban las cejas y disminuían el tamaño de los ojos. Sabía que las cabezas serían el trabajo más arduo y aún así el más gratificante y necesario. No había moldes para ellas, dependían exclusivamente de su genio creador.
Miraba por la ventana conjeturando detenidamente con su vista al cielo. Las figuras a su lado comenzaban a secarse con la leve brisa de la intemperie. Puestas en fila, todas de rodillas, alzaban sus brazos al cielo. Aferró la tabla con la tenaza y se dirigió al horno. El calor quizás fue lo que lo hizo percatarse del error. Se detuvo, suspiró aliviado y abandonó la tabla nuevamente en la mesa. Acarició la herramienta con melancolía antes de volverla a tomar. El encargo llegaba a su fin y la nostalgia ya se había apoderado de él.
Con sumo cuidado rellenó la abertura de sus bocas con la arcilla restante y se dio a la minuciosa tarea de cubrir los ojos sin dejar resquicio alguno. Aprovechó para disminuir aún más las orejas, dejando obviamente una leve abertura. Las introdujo al fin en el horno donde permanecerían un largo tiempo. Con pasos lentos caminó hacia la parte de atrás, tomó la cuerda expectante y la sacudió enérgico. El tronar de las campanadas nunca cesó.
Aún hoy se pueden ver, de rodillas sobre el estante, junto a la sotana manchada de arcilla y las herramientas cubiertas de polvo. Perfectamente moldeadas, han comenzado a mostrar profundas grietas.
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