martes, 11 de noviembre de 2008

El baile

La oscuridad comienza a desvanecerse. Murmullos salvajes acompañan el despertar de un pueblo dormido, apagado quizás. La naturaleza continúa dando pincelazos sobre los techos de chapa que guardan el sueño campesino. Los haces de luz empiezan a develar, ora un establo, ora un estanque, iluminando al fin el rostro taciturno que acompaña la pava con su mirada. Envuelto en una pasividad envidiable arroja agua una y otra vez tomando lentamente.
El trabajo aguarda el brazo que sostiene el mate. Los ojos se posan en el horizonte del desierto apenas iluminado. Hasta que por fin los pasos guían el crujir de la madera. Toma el sombrero colgado en la puerta y bordea el rancho hacia el fondo. No hace caso de las gallinas que escapan del corral, ya habrá tiempo suficiente. Continúa decidido hacia el cobertizo, abre la puerta suavemente una vez que lo alcanza y revuelve la oscuridad con la mirada.
La entrada trasera ve escurrirse el rostro cuya pasividad no sólo se mantiene sino que aumenta a cada paso. La madera del interior no cruje, siente que camina sobre un lecho de almohadas. Atraviesa la cocina. Se detiene. Busca. Continúa decidido.
Se enfrenta a la última puerta. No se detiene. La abre lentamente. Esta vez no busca. Continúa. Se detiene. Apenas un resplandor, un reflejo, un susurro, una sabana. La sangre comienza a derramarse apenas perceptible sobre el camisón. La garganta respira unos instantes aún por una perfecta abertura que la cruza de oreja a oreja. Ambos rostros demuestran la misma impavidez.
El sombrero vuelve a pender de la puerta. El crujir de la madera lo guía hacia la silla. Toma el mate. Esta frío. Apoya la pava sobre el fuego y limpia detenidamente el facón en el pasto. Responde al saludo de José sin dar vuelta la cara.
- ¿Irá al baile esta noche don Segundo? Mire que hoy hay competencia, y la cosa se pone brava.
- Esta noche no falto compadre. Hoy amanecí de buenas. Digamé, ¿vino anoche a darle de comer a los potros?
- Como siempre compadre, ¡faltaba más! Sabe usted que los cuido como si fueran míos. ¿Estuvo carneando tan temprano?
- Al que madruga Dios lo ayuda hermano. Si está usted bueno después del baile me gustaría que se viniera para acá a compartir el aguardiente que traje de la capital.
- Con todo gusto don Segundo. ¿Quiere que traiga algo de carne?
- Faltaba más compadre. De eso me encargo yo.

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