Dos tipos de dioses sobrevuelan el amplio cielo de nuestra existencia. Los hay aquellos que regordetes se empachan de pastelillos rellenos de lustrosa frambuesa y se maravillan, golosos, con rosquillas glaseadas de tiernas cerezas japonesas. Quizás algún día, de particular indulgencia, se sienten a chupetear sus poderosos dedillos cubiertos, todos y cada uno, de dulces y especialmente húmedas tartaletas de suave arándano. Dormirán después bajo la sombra eterna de frugales campos de frescas ventiscas.
Los hay sin embargo otros que inscriben, ávidos y concientes, sus creadoras palabras sobre la moldeable naturaleza. Afilan pues el sonido exacto que dará forma y estruendor al rayo más tormentoso, fruncen su blanco seño arrugando nubes que borrascosas revienten de dura lluvia; y que nada impida que sus manos nudosas se constriñan para torcer montículos inmensos de negra tierra, pues en dado caso, con sólo una mueca de sus agrios labios, conos de viento profundo turbarían la magnificencia plena de mares y tierras por igual. Ellos sonreirán satisfechos.
Aun así, que nadie piense que la naturaleza es blanda e inconsciente, sumisa y superflua. Pues la historia ha nombrado grandes nubes grises que turbulentas se rebelan ante los soberbios dioses; y volcanes tan graves que su ronquido despierto chamusca las flojas barbas de los durmientes y desparramados gordos.
La ira entonces, ley irrevocable de las altas esferas, ley que nadie debe olvidar, sobreviene a los dioses
Entérense todos, sin embargo, que su ira es igual a la revoltosa rebelión de la naturaleza.
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1 comentario:
Se me hace difícil el comentario. Pero me gusta el texto, la forma de narrarlo particularmente. Tiene algo de génesis bíblica modulado poeticamente.
Bien establecida la relación con la naturaleza, la idea no sólo de que escape a su control sino también que se revele en contra de ellos. Se podría pensar también al hombre homologado con los dioses, tratando de someter la materia que se resiste una y otra vez.
Pablito
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