viernes, 5 de septiembre de 2008

Rojo el 23

La bolilla no paraba de correr. Los rostros sombríos entre las incontables luces de la sala perseguían ansiosos, ya su corrida, ya el mero paño donde sueños y ambiciones se confundían entre un 2 y un 3. La monotonía del sonido de las maquinas tragamonedas era el único agente despabilador del suntuoso recinto. Digo suntuoso quizás por que mi vista solo lo acompaña desde afuera. Por más trajes extranjeros que bordeen la mesa, el espacio no deja de contagiarse de la atmósfera mortecina de un club de mala muerte que sus poco dichosos amantes inspiran.
La banca gana, claro. Aunque él también. Igual que su izquierda, cuyo olor a alcohol rancio evita cualquier conversación. Entonces llega el momento, las manos se entrelazan buscando destinos, ajenos en algunos casos. Persecuciones no tan inútiles. “Hold on John, it´s gonna be allright”. Suficiente estímulo entre la música y el recuerdo. El 24 se cerca pero no se toca, no todo destino sucumbe al mismo azar. Entonces juega colores varios. Pero como todo número, talvez como todo pasado, tiene un 50 y 50, la felicidad no puede dejarse vencer pero tampoco otorga todo, entonces 50 de momentos y 40 de otros. Dios sabrá que hará del otro diez, talvez se escape por entre aquellas manos colmadas de nicotina. Sea como sea es cien por ciento significativo. Entonces juega. Y olvida entre el recuerdo.
Obviamente esa tarde había sido como todas las demás, pero por alguna razón el viaje lo había dejado extrañamente alterado. Cuando digo alterado no me refiero a algún ataque de histeria como los que sobrevienen a la maltrecha mesa tras un par de horas de juego. No, pero quiero aclararlo porque entre vuelta y vuelta las ideas tienden a confundirse. Entonces juego a la primera docena, solo eso. Porque obviamente aquella rubia que el colectivo me invitó a deleitar debe estar entre las 36 de 37 que ni siquiera dan vuelta la cara hacia mi atenta mirada. Pero jugar un lleno en su cabellera sería arriesgar demasiado. 12 de 36 ya es otra seguridad.
Las miradas se cambian claro está, pero él juega al rojo y yo al negro. No por esto nuestros destinos serán distantes, pero por lo menos pueden llegar a ser igualmente felices o igualmente funestos por un efímero instante. Lo cual es suficiente para no sentirme solo entre tanta muchedumbre.
Entonces saldrá rojo dice la derecha, cuya barba apenas lo deja divisar las innumerables fichas que sus manos tantean nerviosas. Y yo ni me pregunto (aunque él menos) porque sino no estaría en la mesa. No quiere decir que sea irracional a cada instante, todo lo contrario. Pero es justamente en esta mesa donde dejo el pensar a un lado, en la butaca de alguna otra quizás. Después de todo es sólo una mesa. Si el destino se imprimiera en ella, realmente la irracionalidad (en mi por lo menos) no iría más allá de algún absurdo exabrupto.
Pero la realidad es que en este momento no hay nada más real que ésta mesa, y nada más material que el, o los, destinos que la recorren. Entonces otra vez el 24, pero esta vez al negro, y aquel mira la primer columna pensando en el pago de la hipoteca y entonces el otro acerca su mano temblorosa hacia el 2 que quizás es el día de su aniversario, que es hoy, y él obedientemente lo está recordando después de casi 50 años de casado y entonces lo apuesta como si fuese su matrimonio mismo. Después de todo lo único que le queda es echarlo a la suerte, los cálculos ya no resuelven y de los sentimientos mejor ni hablemos. Pero no soy alguna clase de oráculo, lo que yo pueda decir de ellos es lo mismo que puede decir él, y quizás el de la izquierda, solo cálculos, azar en una mera bolilla y un paño verde.
Entonces lo que se dice jugar sólo jugaron pocos, porque al fin de cuentas ya se han ido. Y si tenían a donde ir es porque entonces no jugaron, creo, talvez. Pero no se tampoco porque conjeturo, si yo también he salido, y algún lugar tengo, aunque no lo encuentro. Talvez hablar de lugar o destino a esta altura de las luces es lo mismo.
Pero queda él. Recostado sobre el paño. Quizás ya ha jugado todas sus fichas. Quizás el destino no esté escrito y el número ya se haya perdido hace tiempo.

1 comentario:

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

"Azar en una mera bolilla y un paño verde". La virtud de este texto consiste, en mi opinión, en la manera en que entreteje un ámbito vulgar y viciado como el del juego y el instante que representa pasado presente y futuro del protagonista. La oscilación entre la suerte pérdida hace rato y la insistente posibilidad de su retorno fulguran en ese "Hold on John, it's gonna be all right". Porque ya está todo perdido, todo hipotecado, los años vividos, pero a pesar y por sobre este estado de vaciamiento material y emocional sobrevuela algo así como una esperanza trasnochada.
Todos juegan, incluso los que tienen a dónde ir. Porque el protagonista, que por momentos nos absorbe como narrador y por momentos es absorbido por una voz otra, lo que hace es conjeturar. No produce saber alguno. Toda su enciclopedia está extendida sobre ese paño verde y gira con esa bolilla. Los clímax van y vienen y a veces nos exaltan, como las minas en los colectivos.
En este texto los personajes forman un circulo donde, dandose la mano y dejandonos en su centro, nos recuerdan que no hay posibilidad de oráculo y que el azar no le pertenece a nadie.
M.