miércoles, 3 de septiembre de 2008

La puerta del asilo

No sé de donde venía. Sí es seguro adónde iba, pero no es un detalle demasiado necesario. Lo cierto es que en el camino pasé por un asilo de ancianos, de esos que no están destinados a ancianos demasiado pudientes sino a ancianos como los que seríamos cualquiera de nosotros, clase media común, si por alguna razón lográramos vencer a la muerte aun hasta después de poder tomar nuestras propias decisiones.
Cuando pasé por la puerta escuché una voz. Como de costumbre, mi cerebro procesó esa información casi instantáneamente. Era una voz de mujer, sonaba algo pausada y su cadencia era triste. Frené mi marcha y miré hacia donde sentí provenía el ruido y me topé detrás de la puerta con la imagen de una vieja. Nunca fui muy memorioso en cuanto a las caras de la gente. Sabrán disculparme que no pueda precisar muchos detalles, más allá de las arrugas, las canas y ese olor tan particular que emanan los viejos y que perdura en el ambiente aun cuando ellos lo han abandonado hace ya un rato largo.
La vieja me pidió que abriera la puerta. En un momento me vi totalmente confundido. Se supone que no debería abrir la puerta. Si esa mujer está allí es por algo. Alguien ha decidido que ella esté ahí. Sin embargo, qué derecho tendría esa gente a decidir que ella permaneciera, a pesar de que quiera irse. Los ojos de la vieja pedían por favor tanto o más que sus palabras. Intenté, quizás por la necesidad de hacer algo inmediatamente y por saber que irme rápidamente no me dejaría tranquilo, forcejear con el picaporte. Éste no cedió. Contento de haber intentado, y contento también de que el intento me hubiera exonerado de la culpa de no haber respondido al inusual pedido, miré a la vieja con ojos de buen chico y antes de expresarle que no abría, que a pesar de haberlo intentado no había nada que pudiera hacer para concederle su preciada libertad, la figura de una mujer surgió por detrás de ella y me examinó con ojos de esos que parece que lo miran a uno como si no pasara nada, pero que apenas uno les de la espalda le clavarán un hachazo. “¿Qué pasa?” me preguntó esa mujer. Qué hacer. Si esa enfermera era buena debería haberle dicho que la vieja me había pedido que abriera la puerta. Si era mala sería mejor ocultar esa información para evitar posteriores tormentos. Claro que en ese caso yo podría estar siendo sospechoso de haber intentado algo malo, como entrar a robar, o buscar medicina o cualquier otra cosa que podría haberme traído problemas. Además para mí era imposible saber qué tipo de relación había entre esa enfermera y sus viejos. No había forma de saber si esa vieja tenía una gran demencia senil o si esa enfermera era un diablo reencarnado en una persona del cual nadie en el mundo debería estar condenado a depender. Para colmo los cuatro ojos, el par de la enfermera y el par de la vieja, me miraban, unos expectantes de información y los otros expectantes de encubrimiento.
Finalmente, usando la menor cantidad de palabras posibles, señalé a la vieja, dije que la puerta no se abría, que lo sentía, y una vez que la enfermera asintió con la cabeza como diciendo, perfecto, ya no hay nada que puedas hacer, andate, me alejé rápidamente sin volver la vista atrás.
Cuando paso por delante de esa puerta siempre recuerdo esa situación y me pregunto qué haría si me volviera a suceder lo mismo. A veces, cuando estoy un poco más triste, me pregunto qué hará otro, o qué hacen quienes me rodean, cuando soy yo el encerrado.

4 comentarios:

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

Con un semblante fatigado, medio palido y desconcertado, nos hallamos todos nosotoros a diario a las puertas de nuestros respectivos asilos.
Lo mejor del texto para mi es la reflexión final, creo que la secuencia con la vieja y la enfermera podría estar un poco más trabajada para lograr, no sé, un efecto algo más siniestro. Lo que me gustó también es ese halo de paranoia que reina en algunos de tus textos, podrías explorar un poco más ese costado.
M.

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

Es el final lo que realmente me gusta, si bien el relato esta bien, yo sé que tenes un lado por explorar, algo que te agarre de las letras y no puedas parar de leer, el final encierra en un círculo todo el texto, bueno.
F.V.

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

Consciento con ambos comentarios en que el final es lo mejor, está muy bien logrado. El encierro, el detrás de las rejas es algo de lo cual no podemos escapar y nos persigue dia a dia. Si la efimera libertad existe es porque las rejas ceden de vez en cuando, quizas por azar, quizas por resignamiento a nuestra prudente voluntad.
Por otro lado esta la parte critica (que ultimamente desarrollo demasiado y me siento un critico en serio, o bien un viejo cascarrabias). Coincido con mati en que está mal narrada la situación con la enfermera. Le falta suspenso, poesía talvez. faltaria mayor temor en el personaje para dar lugar a una figura mas importante de la enfermera, como aquella que entiende pero que a su vez se ecnuentra encerrada. No en el adentro ni en el afuera, sino en la reja misma. Es el estar dentro de la ley quizas mas alla de que esto pueda pesarle.
Por otro lado, haciendo un analisis mas berreta expongo frases que creo no deben estar en el texto, o por lo menos no en la forma en que aparecen:
"Como de costumbre, mi cerebro procesó esa información casi instantáneamente" (creo está de más)
"Si esa enfermera era buena debería haberle dicho que la vieja me había pedido que abriera la puerta. Si era mala" (la distinción moral no me cierra)
"si esa enfermera era un diablo reencarnado en una persona del cual nadie en el mundo debería estar condenado a depender" (no me gusta la imagen, se podría haber tratado de otra forma la comparación)
"si por alguna razón lográramos vencer a la muerte aun hasta después de poder tomar nuestras propias decisiones" (ésta me encantó)

Pablito

COLECTIVO TEXTUAL dijo...

Agradezco los comentarios. En mi opinión, hacer más dramática la escena de la enfermera implicaba volverla siniestra, y yo prefería que hubiera ambigüedad. El personaje no tiene ni idea cómo es ella, y tampoco lo sabrá después. El cerebro puede procesar instantáneamente algunas cosas, como una mirada y una voz, pero otras, como lo que significa esa mirada o lo que dice esa voz, pueden llevarle a uno toda una vida de reflexión sin respuesta (fue mi error no explicitar un poco más la segunda parte de esto, ahí quizás te hubiese cuadrado más lo del cerebro procesando instantáneamente). La distinción entre buena y mala es verdad que es subjetiva y no cierra, pero eso es precisamente lo que alimenta la confusión. El personaje no sabe qué le pasa al otro. Sólo puede conjeturar a partir de esas impresiones instantáneas e incompletas y tiene que responder con rapidez a partir de eso. La imagen del diablo puede ser que no sea muy buena. Propongo algunas variantes: "si esa enfermera era como una suegra que viene de visita todo un fin de semana" o "si esa enfermera era como un llamado telefónico en medio del final de una película de tres horas que tenés que devolver apuradamente antes que cierre el video" o "si esa enfermera era como un servicio de atención al cliente en un día de servicio deficiente". Elegí Pablo la que te guste. Propongo que a quien se le ocurran otras posibilidades las comente.
Pablo, no sos ningún viejo cascarrabias. Está bueno esto de las críticas. Ojalá todos los que no se animan hagan lo mismo. Sólo de esa forma todos vamos a poder sacar provecho de esto. Bien por vos, Carmen, Mati y Fran (¡y yo naturalmente!) que son los que más hacen que esto funcione como debería.
Fernando